Si, como contábamos en el programa anterior, para Felipe Porelli ser escritor equivalía a ser delincuente (por la inutilidad expresa de la actividad del escritor, por lo parasitario de su forma de vida), ser poeta puede ser aún mucho peor. También mucho mejor.
«Si la literatura no se las ve con el lenguaje, entonces es cierto: no le cabe otro lugar que la academia o el mercado«, escribe Damián Tabarovsky en Literatura de izquierda (Periférica, 2010). Los tiempos que corren no están para tocar castañuelas. A pesar del escenario adverso para todo lo artístico, la poesía sigue siendo para muchos un arma de resistencia: contra la tiranía de lo establecido y normado, contra el mundo simbólico del poder, contra el desarraigo y la melancolía, frente a la exclusión (de clase, de familia, del lenguaje). Escribir poesía parece responder al llamado de un virus que impulsa a reelaborar la desazón existencial o reformular el mundo.
La actitud poética como actitud política: porque tratar de cambiar el mundo bien puede comenzarse por el edificio del lenguaje. Y un nuevo lenguaje es siempre la posibilidad de un mundo nuevo.
En el programa hemos hablado de resistencias y virus a través de la poesía con Ana María Cuervo, autora de Luna de agua y peces, también con Daniel Bolado, poeta mexicano residente hace años en España. También hemos querido acercarnos a un evento -uno de los que suceden en la geografía de este país- revolucionario, en el sentido de cortar los puentes que suelen separar a los creadores de su público. El III Festival de Perfopoesía ha cerrado un año de éxitos en la ciudad de Sevilla, deja multitud de documentos y, en palabras de uno de sus organizadores, Antonio Gª Villarán, es muestra de que el interés por la poesía está vivo en el público general.