Ponga ud. el título en masculino o en femenino, lo mismo nos da. De lo que va este episodio es de circunscribir / narrar / fotografiar en palabras y sonidos cómo se interrelacionan literatura y delincuencia.
Una vez más, escribimos este programa de radio cruzando puentes entre programas que ya hicimos y programas que ya haremos.
Una vez más, escribimos este programa de radio cruzando puentes con personajes que están, más cerca o más lejos, tejidos entre nuestras redes.
Karl Marx escribió (saco de un libro llamado El capital de Karl Marx, de Francis Wheen):
«Un filósofo produce ideas, un poeta poemas, un cura sermones, un profesor libros de texto, etc. Un delincuente produce delitos. Si se observa más detenidamente la conexión de esta última rama de la producción con el conjunto de la sociedad, nos liberaremos de muchos prejuicios. El delincuente no produce exclusivamente delitos, sino también el derecho penal y, de esta forma, el profesor que da lecciones sobre derecho penal, y además el inevitable libro de texto en el que el mismo profesor arroja al mercado sus lecciones como ‘mercancía’…»
Para bien o para mal, el delincuente también produce literatura, ficciones, mitos, y de ellos hablamos ampliamente en el programa número 30 con Iván de los Ríos. De cómo el que está al otro lado de la línea se convierte en un mito demasiado poderoso para el contador de historias (y también gracias a él).
Para centrar el tema con un autor que se ha enfrentado a ello recientemente, hemos invitado a Milo J. Krmpotic a conversar acerca de su novela Las tres balas de Boris Bardin (Caballo de Troya, 2010). Un argumento hecho de espejos, equívocos, formas abiertas, donde la sangre y lo «fuera de la ley» campan a sus anchas, pero dentro de un contexto muy determinado. Queríamos saber cuánto de ello salía de casos ciertos y documentados, cuánto de su imaginación, por qué la necesidad de ceñirse a personajes en el filo (o más allá) de lo legal.
Decía Felipe Porelli (autor uruguayo al que no hemos leído, al que hemos descubierto aquí y al que ya tenemos ganas de leer), en una conferencia en el marco del Festival Eñe de Montevideo, que él se considera un delincuente, por el hecho de haber dedicado su vida a leer y escribir, sin haber hecho nada de provecho. Al mismo tiempo, su literatura (La inocencia, El dios negro, El alma del mundo, Amanecer en Lisboa) se centra en personajes «artistas» o «delincuentes», según sus palabras.
Parece ser que cuanta más dura es la realidad que circunda al escritor, más alto es el volumen de producción de argumentos criminales. ¿Es de cajón? Cómo la realidad de los cárteles de la droga está impregnando la vida toda de Colombia y México, principalmente, se puede ver en la producción más reciente de literatura del narco o «narconovela». Género o no… hoy queríamos detenernos en algunas situaciones en que el mensaje literario se escribe con sangre y quienes se encargan de ello sienten amenazada su vida: entre los ejemplos que enumera y analiza el dossier «NarcoLiteratura» (publicado en el pasado febrero en la revista Quimera), nos hemos quedado con el caso de Javier Valdez.
Valdez es uno de los fundadores del diario Riodoce, periódico que busca hacer información independiente y veraz sobre el narcotráfico en Sinaloa. Dentro de este medio, se han hecho populares sus crónicas (o relatos breves entre lo periodístico y lo literario) Malayerba. Ahí, inter-géneros, sus textos ya tienen un libro rulando en México. Roger Casas nos ha hecho el inmenso favor de colaborar, vía telefónica, para leer uno de estos relatos con un acento que no fuese de Camas (Sevilla, España).
Escribir sobre lo criminal, ¿no puede ser un poco criminal, también?… Los escritores escriben, los delincuentes delinquen, y unos se enamoran de los otros, aunque esto no tiene por qué ser recíproco… Ahí está el caso A sangre fría (Truman Capote) -al que olvidé mencionar entre tantos datos-. ¿Hasta dónde puede llegar el afán de investigación en estos casos?
Les dejo, para cerrar el asunto (sólo para tender un puente a otros muchos asuntos futuros), una jugosa anécdota Bolaño-Fresán, pero tendrán que escucharla de mis labios (Rodrigo Fresán la contaba mejor).
Y sean ustedes buenos y buenas.